Primer capítulo de Trelias la sanadora

Trelias la sanadora es una novela que se adentra en el oscuro e impenetrable negocio de los implantes mamarios de silicona y la violencia estética.

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Primer Capítulo de Trelias la Sanadora.

MERIBETH

Llevo una mañana asquerosa. Tengo la teta derecha hinchada como un globo y el dolor no me deja dormir desde hace días. Ayer se lo comenté a Mena, mi mejor amiga, mientras trataba de disimular que estaba muerta de miedo.

Por supuesto, empezaba a sospechar que me podía estar pasando.

Yo, Meribeth Munro, cirujana plástica al servicio de su Graciosa Majestad, sé muy bien lo que significa llevar dos implantes mamarios, dos pelotas de silicona detrás de tus tetas y que, de repente, se hinchen como globos…” pensé.

Decidí no autodiagnosticarme. Por primera vez en mi vida, iba a convertirme en paciente, dejando que otro médico buceara por los recovecos de mi salud.

Mientras paseaba sin rumbo, con mis pensamientos rebotando en cada una de las anfractuosidades de mi duro cráneo escocés, fui consciente de que estaba en Berkeley Square. Así que decidí sentarme en un banco, sobresaturada de emociones, porque me dolía donde me habían pinchado en mi seno derecho, para hacerme una biopsia. Había visto el color sanguinolento del líquido que extraían con jeringuillas , una tras otra, y sabía que eso no era normal. Mis pensamientos oscilaban entre lo catastrófico y lo terrorífico. Mi corazón intentaba salir corriendo a no se sabe dónde. Al menos, hoy podría disfrutar de un bonito día de primavera.

Sentarte en un banco de madera es un arte que sólo las auténticas londinenses sabemos ejecutar con la máxima elegancia. Un banco en Londres significa muchas cosas. Es un instrumento de tortura, es un recuerdo cariñoso dedicado a alguien que murió no se sabe cuándo, es la mejor forma de mojarte el culo y a veces, es un portal dimensional que te transporta a escenas que no tienen nada que ver con la madera sobre la que reposan delicadamente tus glúteos.

Para sentarte en un banco de Londres tienes que estar protegida con el escudo definitivo… Una buena gabardina que proteja de humedad zona tan sensible y que luego puedas doblar de forma absolutamente elegante, para que no se vea la mancha oscura que deja la madera mojada.

La gabardina es un must en Londres, un debes llevarla por Dios y por la Reina. Puedes ir en pelotas en el metro, deseando darle una sorpresa a tu amante y tu gabardina cubrirá tus proporciones excitadas de miradas indiscretas. Siempre pienso que cuando una londinense lleva enfundada una gabardina y no se intuye ninguna otra pieza de ropa debajo, alguien va a disfrutar de unas horas llenas de deseos adolescentes hechos realidad.

Así que me senté sobre mi gabardina abierta de forma conveniente, mis piernas huesudas estiradas, con mi enorme y globulosa teta derecha estratégicamente camuflada con la típica blusa de florecillas de niña buena, y un pañuelo de Liberty estudiadamente dispuesto para ocultar mi asimetría.

 ¡Vaya mañana de mierda! ”  dije en voz quizás demasiado alta.

Levanté la cabeza y miré las copas de los árboles, inmensas, verdes, nudosas, testigos eternos de los paseos de Churchill, de tantos ejecutivos que venían a la hora del almuerzo a tomarse un sándwich en el Pret a Manger.

Berkeley Square era una revolución a aquella hora, una mezcolanza de Stilettos y zapatillas Nike, plagado de febriles hormigas humanas sentadas en bancos, o sobre el césped, intentando paladear un almuerzo precocido, que no cocinado, mientras alargaban sus caras al sol, intentando alcanzar el quimérico sueño de ponerse moreno en Londres.

Algunos rayos de sol se regodearon en mi cara y yo les dejé hacer. Cerrar los ojos cuando estás sentada en un banco es un ejercicio que recomiendo a cualquiera, para luego dejarse llevar por los olores, los ruidos, las sensaciones…

Abrí los ojos y me centré en un pequeño petirrojo que picoteaba las migas dejadas por algún osado que se atrevía a desperdiciar una baguette de salmón ahumado y mayonesa. Dios bendiga al Pret a Manger, me ha salvado de muchos días horribles. Luego me fijé en un par de chicas que se deslizaban por un sendero parloteando, mientras una le enseñaba algo gracioso en la pantalla de su smartphone a la otra.

Volví a mirar al petirrojo, que se permitía despreciar el pan para centrarse en los restos de huevo y salmón. Estaba tan gordo que empecé a sospechar que no podría volar. Había llegado la hora de llamar a mamá. Y eso, siempre, era un deporte de riesgo.

Claro que podría llamar a mi padre primero y contárselo, pero él es escocés y por tanto, no tiene un pelo de tonto. Irremediablemente me diría que se lo dijera primero a ella. Conoce demasiado bien el genio de mi madre.

¿Y qué le digo a mi madre?

“ Hola mamá, quería contarte que Mena me ha hecho una ecografía de las tetas, me ha pinchado con una aguja para hacerme una biopsia, porque tengo mucho líquido alrededor del implante mamario derecho… y una tumoración en la cápsula mamaria…Y cree que es un cáncer ”  pensé intentando organizar mi discurso telefónico.

 “ Heroico, pero estúpido ” dije en voz otra vez demasiado alta.

El petirrojo dio un respingo y me miró con cara de pocos amigos. Imagino que pensó:

 “ Otra pija que no sabe hablar en voz baja, ya ni se respetan los derechos de los petirrojos…Como se me corte la digestión me voy al árbol y me cago en tu gabardina 

Se me estaba yendo demasiado la pinza, así que abrí mi magnífico bolso modelo kit de supervivencia de Harrods y saqué el smartphone. Estaba tan nerviosa que me equivoqué dos veces con el pin. Y pulsé ese contacto al que había renombrado como dragona menstruando.

    “ Dime cariño…” me respondió con ese tono de voz tan de madre sufridora por tener una hija como yo.

“ Mamá...” comencé a llorar desconsoladamente…

 Meribeth, ¿Qué pasa…? ”

Yo no era capaz de dejar de llorar y empecé a tartamudear, intentando evitar que las lágrimas se convirtieran en mocos de niña resfriada…

“ Mamá, esta mañana he ido al hospital… Mena me ha hecho una ecografía y me ha sacado líquido de la teta derecha… Creen que puede ser cáncer…”

Y lloré. Lloré como pocas veces en mi vida, lloré como sólo se llora cuando comprendes que te han jodido de verdad, como cuando descubres que tus ilusiones han sido vejadas por un destino que te odia.

 Bethi, tranquila… respira hondo… Todavía no sabes si es un cáncer, puede ser cualquier otro tipo de complicación de tus implantes mamarios… Ya llevas tiempo con ellos.

 “¡Mamá!… Que soy cirujana plástica, claro que lo es…

Y volví a llorar.

Mi madre, que como toda mujer que haya parido es pragmática antes que lógica, me dijo suavemente…

  “ Bethi ¿Has comido?… Si no lo has hecho ya, ve a comer y tómate 3 copas de vino… Relájate y vete a casa ”.

  “ Mamá, ¿Cómo quieres qué tenga hambre con lo que estoy pasando? ”

 “ Bethi, estás tan flaquita que necesitas energías para curar tu cáncer o lo que sea que tengas… Vete a comer, que yo voy haciendo las maletas y me voy a Londres a cuidarte…

“ Vale mamá, voy a comer algo, me voy a casa y me tumbo en el sofá. Luego te llamo, pero no organices nada hasta entonces. 

Frase mágica. Mi madre se viene a vivir conmigo. Entré en pánico. Una madre es una madre, pero ella se haría con el poder de mi casa, me haría desayunar Huggies, me atiborraría de carne y grasas absolutamente pecaminosas y cambiaría todos mis muebles de sitio.

Y descubriría que Ramón ya no vive conmigo…

“ Hombres, deberían ser como los zánganos, un polvo glorioso y que luego se conviertan en abono para el campo… Joder, primero el cabrón de Ramón se lía con una lagarta, luego el puto cáncer y ahora mi madre se viene a vivir conmigo… ¿Qué más puede salir mal? ” pensé cada vez más aceleradamente, mientras mi ritmo cardíaco se acercaba a niveles poco recomendables.

Elevé la mirada hacia el petirrojo y me dio la sensación de que se estaba partiendo el pecho de la risa…

Comer, que absurdo ¿Verdad? Miré al frente, pensando en ir al Benarés, donde servían la mejor comida india de esta zona.

“ Total, si voy a morir qué más da pagar un riñón por uno de sus deliciosos Tandoori ”… imaginé con deleite pecaminoso.

Entonces recordé que en una de las esquinas de Berkeley Square estaba Dunhill y me apeteció comer allí. Era tan pijo, tan colonial, tan demodé…

Mi madre tenía razón. Debía comer, beberme 5 o 6 copas de vino y tranquilizarme. Me levanté del banco y fui a buscar un lugar donde sedar mi corazón.

“ Soy una cirujana de mierda, una cobardica. Se supone que tengo una mente fría y estoy entrenada para tomar decisiones a vida o muerte todos los días. Ni siquiera sé aún que es lo que tengo ”…  pensé mientras me flagelaba mentalmente. Eso lo he hecho muy bien toda mi vida.

 “ Contrólate de una maldita vez ”  me dije mientras trataba de vencer el temblor de mis piernas y me dirigía a Dunhill.

No sabía que mi vida iba a cambiar para siempre en menos de 30 minutos.

No sé muy bien como llegué a Dunhill. Era un corto paseo, pero no recuerdo como lo hice ni en qué pensaba, sintiendo como el ahogo y el peso de lo que me estaba pasando, hacían huir despavoridas las barreras mentales defensivas en las que había basado mi vida desde pequeña.

Pasé bajo el arco marmóreo que enmarca una de las puertas de acceso a la terraza de Dunhill y me senté en la única mesita libre que quedaba, tras colocar mi gabardina en el respaldo de la silla. Un camarero se acercó suavemente, como si sus pies no tocaran el suelo y me dijo sonriente:

 “ Madame ¿Qué desea tomar? ”

Estuve a punto de decirle que me trajera el barril más grande de whisky que tuvieran y una jarra de barro, pero era Dunhill, así que esbocé mi mejor sonrisa, pensando en que debería comportarme como una chica elegante y no hacer lo que me pedía el cuerpo.

 “ Por favor, una copa de Riesling y unos sándwiches de salmón ahumado. ”

 “ Perfecto, hoy la salsa de eneldo es espectacular y el salmón es salvaje, de Escocia ”… dijo mirándome sonriente.

“ Claro, con mi pedazo de acento de Rookie de las Highland no me vas a traer sardinas de Ribeira…Hay que joderse ” pensé.

Odio que todo el mundo crea que, por ser escocesa, hablar como escocesa y despotricar como una escocesa, no pueda ser tan refinada como una pija de Mayfair.

“ Bethi, relájate, estás muy agresiva…” me dije. Así que respiré hondo y me fijé en aquel patio maravilloso, tan sencillo, tan delicado, tan absolutamente británico.

El camarero trajo la copa de vino, con su toque perfecto de vaho en el exterior y los sándwiches más buenos de Londres. No me apetecía nada comer, pero sabía que debía hacerlo. En cualquier momento Mena me llamaría con los resultados de las pruebas de la citología y quizás tendría que ingresar inmediatamente en el hospital…

Donde algún sádico disfrazado de cirujano me cortaría la teta derecha con una sierra mecánica, mientras fragmentos de silicona pegajosa se esparcirían por doquier, quedando pegadas a las paredes del quirófano y a las mascarillas de las enfermeras, como gominolas derretidas…Bethi, relájate, tú también eres cirujana y no haces eso…” pensé. 

Mientras el vino se deslizaba por mis labios, por mi lengua, por mi garganta, dejando todo tipo de improntas relajantes en mi alma temblorosa, empecé a llorar quedamente, muy despacio, como cuando las lágrimas no nacen en tus ojos, sino en tus tripas, en tu corazón ensartado en un palo y desgarrado por una furia implacable. Llorar en silencio es un arte que sólo alcanzan aquellos ensalzados a la más dura de las torturas, al escarnio del amor perdido, a la sabiduría que te da ese momento en el que comprendes que todo ha ido al rojo y tu llevas negro, a la desesperanza que esconde saber que Ramón la prefirió a ella y tú recibías a cambio un cáncer por querer tener unas tetas siliconadas que no necesitabas.

El camarero se acercó a mí y preguntó muy suavemente…

 “ Madame, hoy es un mal día para la alergia, ¿Desea un pañuelo, o quizás una mesa en el interior, donde se sienta más cómoda? ”

Lo miré con ojos de carnero degollado… Me lo comería a besos. Necesitaba un abrazo fuerte, una mano acariciando mi mejilla prometiéndome que esta pesadilla era sólo eso, una pesadilla…

 “ No, muchas gracias. Hoy olvidé tomar mis pastillas de colores ” le dije con mi característica sonrisa monjil, esa que mi madre siempre asociaba a desastre total. “ Otra copa de Riesling no estaría mal, por favor… Estoy esperando una llamada.

 “ Fair enough, Madame. ”

Se dio la vuelta elegantemente y se dirigió al interior del edificio.  “Fair enough ” me dije. Que magnifica combinación de palabras para decir vale, perfecto, es lo justo. Si no la usas 100 veces al día ni eres de Londres, ni eres de este mundo.

Levanté la cabeza y vi a una chica joven, rubia y muy alta, que entraba en la terraza. Llevaba un vestido marrón de lana y una capa azul con capucha. En la mano portaba un bastón coronado con una especie de orbe de madera y una estrella.

“ Vaya, deben de estar grabando la precuela de Juego de Tronos o quizás hay algún maldito festival de Cosplay por aquí ” pensé con un punto de mala leche.

La chica se dirigió a mi mesa, se paró ante mí y ofreciendo su mano me dijo:

 “ ¡Hola! ¿Eres Meribeth Munro? Me llamo Trelias y tengo que hablar contigo… ”

Aún bloqueada por el apocalipsis originado por mi teta dolorida y biopsiada, apreté su mano suavemente y ella me respondió con un apretón de vikinga. No sé porqué, pero eso me reconfortó.

 “ ¿Te importa que me siente contigo? ”  me susurró con su mejor sonrisa.

Y sin esperar respuesta se sentó y le pidió al camarero un zumo de moras.

Me quedé con la boca abierta mirándola, sin saber muy bien que decir. Lo que me faltaba, una loca… La guinda que colma el vaso, la manzana en la boca del cerdo asado, la explosión final del día de hoy… Una fumada que venía a tomarse algo gratis para luego hacerse la loca y salir por patas.

 “ Perdona ”  le dije. “ No sé quién eres y la verdad es que me importa un carajo. Necesito estar sola, así que por favor levántate y piérdete…”

Ella me miro con sus profundos ojos azules, cálidamente… y empezó a reírse…

 “ Dioses, siempre pasa igual…”— dijo suavemente.

En ese momento el camarero trajo el zumo de moras. “¿Quién toma zumo de moras a medio día? ” pensé mientras la miraba con cara de desprecio.

Trelias se acercó un poco a mí y me dijo:

 “ Me llamo Trelias y he venido para estar contigo… y quizás, acompañarte en tu gran salto. No te asustes Meribeth, no puedo explicarte porqué estoy aquí, ni porqué tú has sido elegida… Pronto descubrirás quien soy, lo que soy… Algún día no muy lejano, te daré tu último beso de amor verdadero…”

La miré con ojos desencajados y la boca abierta. Yo, Meribeth Munro, la tigresa escocesa, me acababa de quedar sin palabras por primera vez en mi vida.

     “ Trela, o Trella o como te llames, hoy no es precisamente mi mejor día, así que saca tu culo de la silla y vete cagando leches antes de que haga que te echen de aquí. ¿Beso de amor verdadero…?  ¿Quién te crees qué eres para sentarte en mi mesa, quitarme el sol e interrumpir mi momento vino frío, porque yo lo valgo?  Coge tu zumo de moras o la mierda que sea que estás bebiendo y lárgate ”, le dije airada mientras me levantaba para irme.

Entonces ella cogió mi mano, suavemente, firmemente, con la contundencia del acero frío que sujeta los goznes de las puertas del infierno, me miró a los ojos y dijo…

 “ Bethi, Bethi… Así es como te llama tu madre, ¿No? Siéntate y relájate… Vas a morir pronto y he venido a explicarte por qué voy a acompañarte hasta el final…

Me senté como si todos los dioses me hubieran empujado a la vez. La miré con cara espantada, desmadejada. Ella cogió mi muñeca izquierda y puso la palma de mi mano sobre la rústica lana que cubría su pecho izquierdo.  Fijó su mirada en mis ojos y me dijo:

 “ ¿Ves doctora? No tengo latido en mi corazón… Así que escúchame, porque los muertos no tenemos tiempo que perder…”

Presioné mi mano sobre su pecho, buscando el latido. Su vestido era tosco, pero suave. Y no, no encontré el latido cardiaco.

Unos ejecutivos que estaban en la mesa de al lado nos miraron con ojos babosos, pensando en cómo iban a disfrutar del espectáculo de ver a dos lesbianas tocándose las tetas. Los miré con cara de odio y retiré la mano como si me hubiera picado una avispa a través del vestido de Trelias…

 “ ¿Quién eres Trella? ”

Ella se echó a reír con aquella risa que algún día se convertiría en mi mejor analgésico y me dijo:

 “ Trelias, no Trella… ” dijo antes de beberse su vaso de zumo de moras de un solo trago. “ ¡Buenísimo! ”

 “ Trelias, sé que soy un poco impertinente, pero… si estás muerta ¿Por qué te bebes un vaso de zumo de moras? ”  le dije intentando interiorizar todo lo que estaba pasando.

 “ Me lo tomo porque me gusta… ¿O es que por qué estoy muerta no puedo disfrutar?… Tú te estás tomando una copa de vino ¿no? ”

 “ Si… Pero yo no estoy muerta…

Y empecé a llorar desconsoladamente. Trelias se levantó de la silla, se colocó a mi lado y me abrazó. Yo escondí mi cara en su hombro y lloré sobre su vestido de lana.  Trelias olía a musgo, a flores de brezo, a ese aroma a tierra mojada por la niebla del amanecer que te golpea en lo más profundo de tu nariz y te lleva a los largos otoños de tu infancia.

Trelias miró a los ejecutivos que estaban en la mesa de al lado, quienes habían dejado sus conversaciones para concedernos toda su morbosa atención y les dijo:

 “ ¿Pasa algo? ¿No tenéis nada qué hacer? El novio de mi amiga se ha liado con su entrenador de Tai chi… Está jodida…O nos dejáis en paz u os castro con el cuchillo de la salsa de eneldo… ”

Trelias miró a uno de ellos, el más alto y señaló a uno de sus compañeros de mesa.

 “ Y que sepas que tu mujer se lo pasa en grande con ese…

Los tres hombres se levantaron precipitadamente de la mesa y se fueron al interior del edificio.

Me despegué del hombro de Trelias y empecé a reír entre mocos y rímel descorrido.

 “ ¿Qué los castras con el cuchillo de la salsa de eneldo? ” le dije entre risas.

Me acabé el vino de un solo trago y pedí otro.

 “ Trelias ¿Quieres una copa de vino? ”

 “ No gracias, el vino me sienta fatal… me acelera el corazón… ”

No esperaba la broma. Me quedé con la cara de tonta mirándola… Y me volvió a dar la risa…

 “ Tía, jamás pensé que los muertos tuvieran sentido del humor…

 “ Bueno, es la única forma de hacer más soportable la eternidad ” dijo mirándome con los ojos bizcos…

Trelias cogió un sándwich de salmón ahumado, le puso un poco de salsa de eneldo por encima y lo probó delicadamente…

 “ Mmm… ¡Qué bueno! ”

Apoyé mi espalda sobre el respaldo de la silla y miré a Trelias, mientras ella se extasiaba con los sándwiches de Dunhill. Era joven, no más de 25 años, con una cara muy nórdica, preciosa y ruda a la vez, con facciones marcadas. Era alta y tenía un cuerpo proporcionado, al menos por lo que había podido comprobar cuando puse mi mano sobre su pecho. El vestido de lana marrón parecía haber sido hecho a mano, pero no daba la grima que da tocar la lana virgen. Era muy esponjoso, muy suave. Su capa azul era de algún tipo de tejido que yo no conocía y su bastón me recordaba a algunos objetos que había visto en algún museo. Tosco, pero poderoso. Lo cogí y vi que pesaba mucho.

 “ Trelias ¿Por qué llevas bastón? ”

 “ Para defenderme de los lobos y los babosos ”  dijo guiñándome un ojo.

Los ojos de Trelias eran tan profundos, que un fugaz guiño era como un tsunami en una bañera.

 “ Trelias, tengo muchas preguntas… y estoy que me cago viva. ¿Voy a morir? ¿Tengo cáncer? ¿Las malditas tetas de silicona me van a matar?¿Eres una maldita alucinación producida por mi histeria? ”

Ella me miró, con su sonrisa y su cara angelical y respondió suavemente:

 “ Si… pero no es tan simple… Pídeme otro plato de sándwiches de salmón, con su salsa de eneldo y su cuchillo de castrar idiotas. Nos los comemos, nos vamos y te cuento de qué va todo esto. ” 

De repente, mirándome con ojos extraños me susurró… “ Antes tenemos que ir a Camden, a la casa de un viejo conocido… Y vamos en metro, por favor. ”

 “ ¿En metro Trelias? ¿Con el palo y la capa? ” dije poniendo cara de… No sé qué cara puse, pero Trelias se empezó a reír y a hacerme burla…

 “ Nenita cagona…

Sinceramente, ver a una muerta comer sándwiches de salmón en Dunhill, me confirmó lo que todo el mundo sabía… Dunhill era el paraíso. Avisé con la mano al camarero para que me trajera la cuenta… desvaídamente, como muy pija, con ese gesto internacional que todo hostelero que se precie entiende.

Aquel hombre tan refinado, tan orgulloso de ser Dunhill vino rápido, pero sin que se notara, ansiedad vestida de elegancia.

 “ ¿Desea algo Madame? ”

 “ La cuenta por favor… ”

 “ Oui Madame ” Hizo una ligera inclinación de cabeza y se retiró…

Pagué la cuenta y nos levantamos, como si fuéramos amigas de toda la vida, parloteando nimiedades profundas. Había olvidado que me habían dicho que iba a morir.

Mientras paseaba por las calles de Mayfair, al lado de una vikinga con una capa azul y un bastón de tiempos pretéritos, muerta o no muerta, o lo que fuera que fuese Trelias, pensé que esta ciudad había sido mi mundo durante años, y que de repente, ese hueco en el paraíso que yo había ido creando ladrillo a ladrillo se estaba desmoronando a una velocidad vertiginosa.

“ Londres es fascinante, vulgar, heroica, estrafalaria. Me encanta ser londinense y hacer lo que me dé la gana, sabiendo que todo pecado cometido, toda excentricidad manifestada, es automáticamente perdonada.” pensé, mientras veía como Trelias se paraba a oler una jardinera llena de petunias.

Siempre había pensado que las londinenses teníamos una bula papal, un perdón divino, un escudo mágico que nos permitía disfrutar de las más deliciosas picardías, ponernos el mundo por montera y comportarnos como auténticas Hooligans sin perder la elegancia.

Todo lo más que pueden decir de ti, es que eres extravagante” pensé.

Y esa es una definición maravillosa, me encanta.  Quien inventó esta palabra era un genio. Ser extravagante significa que alcanzas la plenitud de tu alma cuando haces realidad tus más estrafalarios deseos.  Si pones una mierda de vaca en tu sombrero y sales a pasear por Mayfair, nadie piensa que has tenido mala suerte o que has olvidado tomar tus pastillas de colores por la mañana. Simplemente dicen… es londinense. Y siguen adelante.

Ahora, caminando al lado de una diosa vikinga que me sacaba una cabeza, con mi teta derecha convertida en un globo lleno de células tumorales,  pensaba en como le iba a contar a mi madre que ya no vivía con Ramón. Comenzaba a entender que mi extravagante vida se había transformado en el infierno de Dante.


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